La gratitud tiene el poder de curar la desesperación, la vergüenza, la tristeza y más. Al apuntar las maneras en las que había visto la mano de Dios trabajando en mi vida cada día, mis cargas se aligeraron.
Tengo un pequeño diario negro en el que escribo todas las noches. Tiene una banda roja, apretada y elástica que ha dejado una hendidura en la cubierta suave; las páginas están en blanco, no hay líneas ni cuadros, solo espacio vacío. Las dieciocho primeras páginas están llenas con una desordenada letra cursiva; y las anotaciones del diario están marcadas por fecha: diecinueve meses y contando.
Llevaba solamente unos pocos meses en la misión y estaba luchando por acostumbrarme al nuevo estilo de vida. Me sentía perdida, como si estuviera cayendo a un abismo profundo, porque no estaba a la altura de la persona que creía que debía ser. Mis días eran monótonos, como los de un robot. No sentía la vibrante energía que había anticipado que sentiría como misionera. Esta era una experiencia totalmente diferente a las que mi hermano había descrito en los correos electrónicos acerca de su misión. Por primera vez en mi vida, sentí desesperación y verdadera vergüenza. Sabía que no sobreviviría así por 18 meses.
No recuerdo muy bien cómo me di cuenta de aquello. Quizás lo leí en el estudio personal, tal vez mi compañera lo mencionó, o simplemente fue inspiración del Espíritu Santo, pero sentí la urgencia de comenzar un diario personal como el presidente Henry B. Eyring recomendó en su discurso de la conferencia general de Octubre del 2007 llamado “¡Oh, recordad, recordad!“ Él comentó que cada día apuntaba una manera en la cual había visto la mano del Señor trabajando en su vida. Por consiguiente, compré un pequeño cuaderno negro y me tracé la meta de escribir diariamente las bendiciones que el Señor me daba.
Sin embargo al pasar los meses, me sentí desanimada de nuevo. En ese entonces yo estaba capacitando a una nueva misionera, lo cual me hizo reflexionar sobre la experiencia que tuve al llegar al campo misional. El hecho de pensar en mis primeras transferencias era desagradable —se sentía como una carga en mi pecho la cual no quería recordar. Había progresado tanto desde aquel momento, que recordar la persona que había sido era negar el triunfo que estaba obteniendo sobre mis debilidades.
Inmediatamente, una fuerza me impulsó a sacar ese pequeño cuaderno negro y leer las primeras páginas. Leer sobre los innumerables milagros y la gratitud que sentía diariamente —durante un tiempo en que el desánimo perduraba y donde mi presente parecía volver a lo mismo— el velo que escondía aquellos primeros días misionales se desgarró dando paso a la luz. El dolor causado por el recuerdo fue desarraigado de mí ser mientras que un dulce sentimiento de gratitud lo reemplazó.
Gracias al consejo del presidente Eyring, no hubo cabida para el desánimo en mi corazón. La luz emanada por la gratitud llenó mis días de alegría. Cuando podría haberme dado por vencida y caminado descorazonada por la senda, poner a prueba sus palabras hizo que mi misión fuera una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.
Lea o mire el discurso del presidente Henry B. Eyring “¡Oh, recordad, recordad!” para conseguir ideas de lo que usted puede hacer para reconocer y recordar la misericordia y bondad de Dios.
Fuente: Conferencia general SUD
—Anika Argyle de West Jordan, Utah
Encuentre más reflexiones
Aprenda más acerca de lo que puede hacer para prepararse para recibir sus propias respuestas en la conferencia general.
Lea “Danos hoy el pan nuestro de cada día” para encontrar la explicación del élder D. Todd Christofferson de porque tenemos que reconocer la mano de Dios en nuestras vidas.
Este artículo fue seleccionado como uno de tres artículos ganadores en el concurso del invierno de 2016 de Mormon Insights. Esta obra es un trabajo original y es un relato verídico de la vida de la autora. Estamos agradecidos por los envíos que recibimos y animamos a autores interesados a mantenerse atentos a concursos en el futuro.
Traducido por Jason Cox, Mormon Insights
Imagen principal por Joshua Allen