Aunque quizás prefiramos que nuestras vidas sean ordenadas y acogedores como un estanque de patos en un cuidado jardín, tenemos que recorrer el desierto de incertidumbre siendo guiados por el Espíritu si deseamos descubrir nuestras propias tierras prometidas.
Mientras me daba prisa para llegar a mi hogar, un día de octubre, me impactó el reflejo de la luz de la tarde sobre el agua del estanque de patos en el extremo sur del campus de la Universidad Brigham Young. Paré. Luchando contra el pensamiento de todo lo que tenía que hacer, dejé mi mochila caer al suelo y me senté para observar los patos.
El estanque siempre me pareció repleto. Un par de patos vagabundeaba por el malecón y césped circundantes, como siempre, pero la mayoría de ellos parecían contentos con quedarse en el estanque, nadando en círculos o flotando vagamente. “¿No lo encuentran limitador?” me pregunté. “¿Cómo harán los jardineros que se queden dentro o alrededor del estanque?”
Después de solo unos minutos, dejé de reflexionar y seguí mi camino. Había buscado paz en el estanque, pero ni siquiera encontré una distracción. Este semestre, lo primero después de haber hecho una misión para la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no avanzaba según mis planes. Como tantos misioneros que me habían precedido, descubrí que mi visión del mundo había sido reconfigurada por dos años de servicio. Y ahí es estaba decido a seguir al Espíritu en todas las cosas, aunque me dirigía en direcciones confusas.
La semana después de que llegué a casa, empecé a solicitar empleo. Obtuve lo que me pareció la oferta de toda una vida —pero sentí una impresión del Espíritu de rechazarla. Peor aún, a medida que avanzaba el semestre, no podía quitarme la sensación de que mi carrera escogida, una materia que había estimado desde mi juventud, quizás no fuera exactamente lo que el Señor tenía en mente para mis estudios. Entonces se me guio a una reunión informativa en cuanto a una pasantía no remunerada, la cual no estaba seguro de poder pagar. Solicité el puesto —pero no sin murmurar un poco. ¿Por qué deseaba el Señor cosas para mí que no deseaba para mí mismo?
Después de más o menos una semana, volví al estanque de patos temprano por la mañana para meditar y leer las escrituras. Después de unos minutos, me encontré con el relato de Lehi y Saríah, en el cual esperan con ansiedad que sus hijos vuelvan de su misión inverosímil de conseguir las planchas de bronce. Mientras pasaba el tiempo, Saríah empezó a desesperarse. Ya habían dejado sus riquezas, y ahora, pareció, habían perdido a sus hijos, también. Entre sus preocupaciones, acusó a Lehi de ser visionario.
Entonces leí la respuesta de Lehi a ella que fue fuerte y poco apologética: “Sé que soy hombre visionario, porque si no hubiera visto las cosas de Dios en una visión, no habría conocido su bondad, sino que hubiera permanecido en Jerusalén y perecido con mis hermanos. Pero he aquí, he obtenido una tierra de promisión y me regocijo en estas cosas.” (1 Nefi 5:4-5; cursiva agregada).
Toda la angustia de los meses pasados se derritió en un instante y empecé a llorar. ¿Cuántas veces había leído esas mismas palabras y criticado a Saríah por no tener bastante fe? Había sido fácil juzgarla porque yo sabía cómo terminaba su historia. Sin embargo, mi vida era distinta.
“¿No ha valido la pena seguir al Espíritu hasta ahora?” me pregunté. Debía todo a Dios; decidí que sí confiaba en Él de verdad. De seguro podía permitirme seguir adelante, paso a paso, hasta dondequiera que me quisiera guiar, confiando en que, de alguna manera, terminaría en mi propia “tierra prometida” de paz interior y realización personal.
Observé los patos de nuevo. Ahora sabía porque no dejaban su estanque. El mundo exterior es peligroso. Un pato solo tendría que dejar a sus amigos así como su zona de confort. No sabría cuál sería su próxima comida o cuándo encontraría otro refugio seguro. ¡Incluso podría ser atropellado por un auto, moviendo a alta velocidad, en la calle que ni está tan lejos del estanque! Tiene sentido que se queda en el estanque, pensé.
Sin embargo, no soy pato; soy hombre visionario.
Fuente: 1 Nefi 5:4
—Ian McLaughlin de Rexburg, Idaho
Este artículo fue seleccionado como uno de tres artículos ganadores en el concurso de octubre de 2016 de Mormon Insights. Esta obra es un trabajo original y es un relato verídico de la vida de la autora. Estamos agradecidos por los envíos que recibimos y animamos a autores interesados a mantenerse atentos a concursos en el futuro.
Traducido por Austin Tracy, Mormon Insights